Para comprender esta parte de la peregrinación, es preciso conocer una antigua historia, que viene en el Corán y que ha sido malinterpretada en el mundo europeo.
Según fuentes no contrastadas, la primera esposa de Abraham, Sara, envidiaba a Hayar porque ella no había podido darle un hijo a su marido y quiso que Abraham se llevara a Hayar a las afueras.
Esto no era cierto sino que fue en realidad una calumnia contra Abraham y Sara porque Sara creyó en Dios y en su Mensajero Abraham cuando nadie le creía (exactamente igual como le pasará muchos siglos después al profeta Muhammad). Abandonó su patria y para expandir la religión de Dios; por eso, envidiar a alguien no puede ser una cualidad de una persona como ella. Además Sara había casado a Hayar con Abraham. ¿Cómo podía envidiar a la mujer que ella misma había casado con su marido para que le diera un hijo? ¿Quién podía obligar a Abraham a llevarse a Hayar a las afueras? Él no temía a nadie y no obedecía ninguna orden de nadie sino de Dios.
En realidad, Dios había mandado a Abraham que llevara a Hayar y su hijo Ismael a la Península Arábiga. Era una orden misteriosa: Dios quería que Ismael fuera un Profeta allí. En el futuro, Abraham y su hijo Ismael reconstruirían la Casa Sagrada, la Kaba.
Ismael es el padre de los árabes, como Israel lo es de los israelitas.
Por encima de todo, el Poder Divino quiso que el Profeta Muhammad fuera un descendiente de Ismael. El Profeta Muhammad, que sería el Señor del Universo, el Último Profeta, nacería en La Meca y Dios preparaba el terreno enviando a Ismael allí.
Un día, en plena Arabia, en pleno desierto, Abraham recibió la revelación que le obligaba a dejar a Hayar y a su hijo Ismael allí. Se marchó sin mirar atrás. Hayar corrió detrás de Abraham y le preguntó llorando:
— ¡Abraham! ¿Nos abandonarás aquí en el desierto? ¿A dónde vas?
Abraham no le respondió ni miró atrás. Andaba sin cesar. Hayar le preguntó otra vez pero Él no le respondió tampoco. Entonces, Hayar comprendió que era un orden de Dios porque Abraham nunca podía tratarla así. Hayar le preguntó:
— ¿Es una orden de Dios?
— Sí...
Hayar, que tenía un corazón lleno de fe en Dios, dijo:
— Si es una orden de Dios, sé que Él está con nosotros. Puedes irte tranquilo. ¡Dios nos protegerá aquí!
Abraham anduvo hasta desaparecer. Cuando llegó a un lugar en el que su familia no podía verlo, abrió las manos y suplicó a Dios:
"¡Señor Mío! ¡Alabado seas! ¡Ves y oyes todo en el Universo! He dejado a mi familia en un valle árido en el que no hay ni una hoja verde, cerca de Tu Casa Sagrada. ¡Seguro que Tú serás Aquél que les protegerá!"
En aquel entonces, la Kaba no había sido reconstruida todavía; entendemos que había algo secreto en la orden de dejarlos en el desierto. Ismael, que era solamente un niño, un día reconstruiría la Kaba con su padre. La Sabiduría Divina quiso que se instaurara la civilización y la Kaba en este valle y que los fieles se tornaran hacia la Kaba en los rezos diarios.
Abraham había dejado a su esposa Hayar y su hijo Ismael en un valle árido del desierto y regresó a su ciudad para llamar a la gente al recto camino otra vez. Hayar le dio el pecho a Ismael, hacía un calor agobiante y tenían mucha sed.
Días más tarde, el agua se había terminado. Hayar no pudo amamantar a su hijo. Se morían por conseguir una gota de agua y la comida se había terminado también. Ismael empezó a llorar por la sed. Entonces, Hayar le dejó y empezó a buscar agua en los alrededores. Anduvo hasta llegar a la duna de Safa.
Subió a la duna y miró en todas direcciones para ver si había un pozo, una caravana de personas o un ser humano. Pero eso no le valió de nada. El horizonte estaba lleno de un silencio agobiante y hacía un calor abrasador.
Sin perder tiempo, bajó a la duna de Safa y empezó a correr por el valle como si estuviera agotada ya en el límite de sus fuerzas. Quería llegar a la duna de Marwa que estaba frente a la duna de Safa. Allí miró sobre la duna al horizonte pero no pudo ver nada sino el vacío... Se quedó allí sin encontrar remedio y regresó al lugar en el que había dejado a Ismael; cuando lo encontró llorando de sed y hambre, una desazón angustiante le sobrevino a la agotada madre. Entonces, empezó a correr hacia la duna de Safa otra vez; miró hacia el horizonte. Bajó de Safa y subió a Marwa de nuevo. Miró a los alrededores otra vez...
Fue y regresó siete veces desde la duna de Safa hasta la de Marwa. Entretanto, las dos dunas observaban las idas y venidas de Hayar entre las abrasadoras arenas del desierto. Es por este motivo que desde entonces las siete idas y venidas de Hayar entre Safa y Marwa quedaron establecidas como un rito en la peregrinación a La Meca para que recordaran a Hayar y a su hijo, el Profeta Ismael.
Hayar estaba muy cansada y exhausta; se quedó sin recursos a los que acogerse y regresó con Ismael.
Cayó desplomada al lado de su hijo.
Es obvio que la Misericordia Divina que rodea a todas las criaturas no permitiría que murieran. Nadie puede soportar una situación así, ¿cómo podía soportarla Dios? Nuestro Señor es El que hace posible todos los imposibles.
Ismael dio un golpe a la tierra y de repente empezó a brotar agua... Salía agua desde lo más profundo de las arenas... Manaba la vida desde el interior de la tierra muerta. Era el agua de Zamzam. Fue suficiente para la madre y su hijo, y bebieron agua hasta saciarse. Las arenas se saciaron de agua también. Hayar bebía grandes sorbos de agua y hacía a Ismael beber y daba gracias a Dios el Misericordioso, el Compasivo y el Todopoderoso que no les había dejado solos en el desierto.
Gracias al agua empezó una nueva vida en el desierto porque allí el agua era sinónimo de vida. Vino mucha gente y se asentó en los alrededores del oasis que había creado el agua. Así, se puso allí la primera piedra de una nueva civilización. Entretanto, Ismael crecía en esta sociedad y Dios lo preparaba para ser un Profeta. Le enseñaba la dignidad profética. Tras muchos años, Abraham les visitó. Abraham quería mucho a su hijo pero para él su amor hacia éste sería una prueba.
Pero eso ya es otra historia. De aquí, sacamos tres conclusiones:
1.- Safa y Marwa, y la tradición de ir de un lado al otro haciendo duaa (éxtasis en la necesidad de algo de Allah que te induce a pedir bien por ti y por los demás) es un rito que proviene de Hayar, una mujer, la esposa de Abraham, y de nuevo el profeta Muhammad viene a RECUPERAR la verdadera "religión" eterna, El Islam o entrega y abandono en Allah, perfectamente reflejado en esta historia.
2.- El pozo del Zam-Zam en la Meca, aparecido de forma milagrosa en medio del desierto más profundo del mundo, es un tipo de agua única en el planeta Tierra y tras haber sido analizada científicamente, no ha sido encontrada un agua más pura.
3.- Cuando la desesperación es grande y estás en un problema, y vuelves tu rostro hacia Su Rostro y elevas tus manos al cielo y tu corazón se conecta con su Poder, el duaa es realmente efectivo. Este capítulo es una verdadera enseñanza de lo que es el ISLAM con todas las letras y en su más profundo significado.
Como consecuencia, tenemos el rito de Safa y Marwa, recuperado por el Profeta siglos después de Abraham, en recuerdo de Hayar y de la esperanza en la vida de Ismael, que a la larga será la semilla del mensajero final, el sello de los profetas: Muhammad (Paz y Bendicones), quien recuperó el recuerdo de Hayar.
Safa y Marwa, en la actualidad |
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